Tuesday, June 27, 2006

junio veinticinco

Domingo de laberintos. Ya no sé cómo salir. Me enrosca la cama con sus sueños de muerte, con reflexiones de final. Más tarde, en la, anudaré esa imagen con una lejana despedida: La póstuma despedida terrenal. La doña Susana se habrá ido. Ahora estará en paz con. Del lado del no–retorno la imaginaré sonriendo con esa alegría sincera, con el cariño puro que esa abuela me brindó siquiera sabré por qué: No hay explicación en la muerte. Y nada más. El domingo se pierde tan rápido en las fantasías de mi propia vida y en la muerte como algo sin final: No sé qué escribir: Sólo entiendo esto como un homenaje que me considero incapaz de atreverme a desarrollar. Aunque tal vez ya lo haya hecho. Y en la nube de un domingo negro, pienso en mi desconsuelo, en mi propia condición de víctima de la soledad: Sólo solo he de proseguir, ninguna de mis ellas, –¿Cuántas ellas?– estará jamás para aprenderme a consolar. Porque en el universo nadie tiene derecho a pedir por bienestar. Es un despropósito: Pretendemos ser algo más que la nada, mas la nada sigue siendo siempre mucho más: Más que yo, más que vos, más que nosotros menos. Hoy somos ya menos. Hoy el mundo ha perdido un montón de historias sublimes, de ésas que ya nunca de la doña Susana volveremos a disfrutar.Todos los días el mundo nos deja un poco menos, un todo menos, y nada más.

felipe marangoni

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